Nasca, Ica, Perú
Diciembre del 2008
Bueno, bueno. Si usted, el lector, que asumo debe ser alguien muy cercano a mí, ya ha logrado leer hasta esta línea, lo más probable es que haya adivinado la verdadera razón de esta redacción: La lluvia, por supuesto. Sí, sí, yo se que puede caer pesado, como el riiing de su timbre el domingo por la mañana, pero prometo no aburrirlo tanto como espera. Listos o no, allí voy…
Es domingo 7 de Diciembre, linda fecha, lindo día. El lunes es feriado, sólo quedan 4 días de colegio en mi vida, 11 para mi fiesta de promoción, 18 para Nochebuena y un puñado más para cambiar este año por uno que no se sabe si promete o no buenas noticias. En fin, como no pienso “prepararme” para la evaluación final, le prepuse a mi padre que aseáramos el interior del auto, asqueroso gracias a sus viajes a la Ayapana y a los paseos furtivos que terminan en el sanguchero de la Plaza Mayor.
Esperamos que el sol se oculte tras los penachos, nubes como algodón. El sol nos está friendo mientras algunas nubes se pasean de este a oeste allá en lo alto. “NO hay esperanzas” suspiré.
Hace meses que sueño despierta con esas gotas divinas que caen no precisamente de la ducha.
Saqué un paño, un balde a medio llenar con agua enjabonada, una escobilla y el recogedor a falta de aspiradora. Enrique y papá sacaron los protectores de los pisos y sin mayor ceremonia los escobillaron con detergente. Yo empecé a luchar con la basurilla maldita que se mete en los rincones más inoportunos… Sacude aquí y friega allá. ¿Cómo es posible que un carro se ensucie de esa manera?
Como me lo esperaba, la fregadera de los pisos terminó pronto. Si no fuera porque a papá se le ocurrió limpiar los vidrios por dentro, en este momento estaría limpiando sola mientras observo como mi hermano ofrece su vida al diablo montándose en su Slate amarillo asesino. Como nunca me lo esperé, el spray limpiavidrios se acabó. Yo esperaba que la compañía me iba a durar gracias a que papá tenía que luchar con las huellitas digitales pegadas al vidrio. Me quedé sola.
Felizmente ya estoy acabando y, aunque no acabe, dentro de poco tendré que dar por terminada la faena: El sol se oculta más rápido de lo que un fotógrafo o alguien que limpia su auto desearía. Mientras la luz se me escapaba, Adri salió despavorida de la casa seguida por los gritos ninja de Enrique que usaba el no muy antiguo spray del limpiavidrios como pistola de agua. No puedo decir si es locura generalizada o unión familiar. De todos modos se divierten. Cuando estuvieron lo bastante mojados para pescar un resfrío o algo más grave mi papá los mandó a cambiarse. En tanto ya había oscurecido así que me dispuse a terminar de una vez por todas con el aseo. Saque toda la porquería. Una botella de Coca Cola debajo del asiento, un periódico de octubre en el portavasos y la botella de veneno para mosca blanca en el cenicero que tanto había buscado. Recogí todos mis trapitos y devolví el protector de sol al tablero. Levanté la mirada y pude ver el parabrisas ametrallado por Enrique. “Lo van a matar”, pensé. De pronto me di con la sorpresa que el parabrisas seguía mojándose, y no había ningún Enrique, ni ningún spray alienado. Entonces…
Salí del carro tan rápido que por poco termino en el balde de agua y jabón, ahora notablemente más sucia. Corrí hasta el más cercano: mi padre, y antes de llegar a él, como adivinando, se volvió hacia mí y con una sonrisa en el alma, habló por mí: Está lloviendo.
La emoción que me embargó al enterarme que la lluvia no era un desvarío de mi mente sólo podría describirse con una palabra que Mary Poppins me enseñó: Supercalifragilisticoespidalidoso.
Salté y grité que llovía como si tuviera la edad de Enrique. Cuando por fin me callé pude escuchar el caer de cada gota, pude sentir como rozaban mis mejillas y arruinaban mi visión al toparse con mis anteojos. Desapareció el tiempo y no recuerdo muy bien que fue lo que pasó con el espacio. En ese momento sentí que era más feliz que nunca en mi vida. Fueron los 3 minutos más eufóricos de Diciembre. Seguro exagero, y probablemente a muchos les parecerá que un poquito de agua no es gran cosa. Pero nadie me va a quitar ésta historia, este mini pedacito vivido, ésta primera lluvia en la temporada.